Qué dulce visita nos hizo la
abuela repostera, que llegó con su delantal, sus gafas para hacer las medidas “a
ojo” y su gorro blanco. Al principio creímos que era la Abuela Cocinillas, pero
ella nos explicó que su especialidad eran las tartas, las magdalenas, los bomboncitos
de chocolate, los bizcochos…mmm… En sus fogones no hay filetes, ni tortillas de
patata, ni fideítos, sólo cositas dulces y ricas.
Le gusta tanto la repostería que
duerme en su propia cocina, pues si se le ocurre alguna receta mientras está
descansando, rápidamente se levanta y se pone a amasar, batir y mezclar para
crear un dulce nuevo. De hecho en su país, “Hornilandia”, todas las casas
tienen hornos aquí y allá con exquisitas recetas preparándose.
Nos encantó cuando empezó a sacar cosas del enorme bolsillo que tenía en su delantal. Eran sus materiales. Nos fue enseñando uno por uno y nos contó cómo se llamaban y para qué servían: el batidos, la lengua, la brocha, el reloj para controlar el tiempo, la paletina, el rodillo, un guante de horno para no quemarse... Reconocimos algunos de ellos de haberlos visto en casa de nuestras abuelas… ¿Y si la nuestra también es una abuela repostera? Quién sabe… ¡ellas están por todas partes!
Como le encanta cocinar cosas
dulces, no se pudo aguantar y se trajo todos los ingredientes para que le
ayudásemos a preparar un bizcocho allí mismo. Fuimos mezclando los huevos con
la harina, un poco de agua, azúcar… mueve que te mueve y ya tenemos lista la masa. Esperamos
un ratito hasta que termine el horno y ¡listo! por fin nuestro bizcochito, que
decoramos y reservamos para desayunar al día siguiente.